Hasta un ignorante como yo sabe que hay abortos que de inmorales no tienen nada. (Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger)
Por supuesto que no me refiero a la celebración religiosa de la muerte, que hasta los más laicistas celebran estos días con el Halloween y la Iglesia celebra con la conmemoración de los fieles difuntos. No me refiero a la memoria anual de los difuntos, la ocasión que ha dedicado la tradición al recuerdo de todos nuestros deudos finados. Aprovecho, por supuesto, esta ocasión para hacer memoria de los que se llevó por delante la pandemia y sobre todo su pésima gestión: desasistidos sanitaria y espiritualmente en su muerte, y olvidados después de su muerte. ¿Acaso no son nuestros esos muertos? ¿Acaso no nos corresponde acordarnos de ellos y encomendar sus almas a Dios en esta celebración? Demasiada vergüenza llevan consigo, y están envueltos en demasiada desvergüenza para que celebremos su memoria. ¡Se parecen tanto los cincuenta y tantos mil al medio centenar que recibió los honores de la Comunidad de Madrid! Sí, aquellos a los que nadie reconoció como suyos. ¡Se parecen todos tanto! ¿Qué haremos con ese enorme ejército de ánimas en pena vagando por nuestras calles y plazas? ¿Podremos con ellas? Efectivamente, el remedio a esa tremenda catástrofe no es el recuerdo, sino el olvido. Pero no, no hemos de olvidarlas. Estamos en la semana de la memoria de nuestros difuntos. Unos difuntos que han venido a avalar con tremenda fuerza la izquierdosa idea de la eutanasia.
Sí, claro, es muy guay ser de izquierdas: en realidad, lo más avanzado. La gente lo lleva con orgullo: ser de izquierdas es ser algo, es estar en el lado bueno de la sociedad y de la historia. Hasta cuando ese lado bueno promueve la muerte… No me refiero al placer de matar a los enemigos internos por decenas de millones, tan característica de la izquierda socio-marxista que conquista el Estado; me refiero a la ideología de la muerte. A la muerte en calidad de solución preferente de todos los problemas individuales y sociales. La muerte de los criminales no, que el progresismo ha hecho de la lucha contra la pena de muerte, una de sus banderas más filantrópicas. ¡Esa sí que no! Ni siquiera presentada de esa manera tan piadosa como es el suicidio asistido. Un enfermo sí que puede ser asistido en su deseo de morir, ¡tan a menudo inducido! En cualquier caso, esa será calificada de “buena muerte” (dicho en griego, eutanasia, suena mucho más filantrópico). Porque está más claro que el agua, que hay muertes buenas (me refiero a las provocadas), y también hay muertes malas (las provocadas, claro está, no las acaecidas). Y por lo que vamos viendo, las cincuenta y tantas mil muertes del covid han sido muertes buenas. Muy chapuceras por falta de entrenamiento, pero dantesca eutanasia colectiva bajo el amparo de todas las instituciones del Estado del Bienestar.
Y como es tan de izquierdas la muerte provocada, el buen ciudadano de izquierdas ha de estar de cuatro patas a favor del aborto, de cualquier aborto; y de la eutanasia, cualquier eutanasia, ¡faltaría más! Pero cuidado, que hay gente que le encanta llamarse de izquierdas y se horrorizan ante el infanticidio prenatal, aquel que en su forma más extrema llaman “aborto por nacimiento parcial” por no llamarlo por su verdadero nombre: infanticidio. Prefieren silenciarlo (condenarlo no, que eso iría contra su ideología). Y se les ponen los pelos como escarpias ante el solo pensamiento de que el sistema de poder haya gestionado y administrado la tremenda hecatombe del covid como una eutanasia colectiva, vergonzosamente beneficiosa para la sociedad.
Pues será que no, caballero y caballera (lenguaje inclusivo): si a ustedes les horroriza la muerte administrada a esas criaturas, perdone que le diga, usted no es verdaderamente de izquierdas; usted es un tibio (¡o quizás una tibia!, mejor dos cruzadas), un flojo. Usted no honra como es debido el noble calificativo de progresista, por más que eche espumarajos por la boca y se sume fervoroso a todas las manifestaciones pronunciándose contra la pena de muerte. Mucho cuidado con eso, honorabilísimo ciudadano tan ufano de ser de izquierdas, que cualquier día, como descubran los gerifaltes del asunto su repugnancia por esas muertes, le echan de la cofradía.
Pero no se detiene el pensamiento vital de izquierdas en el aborto y el infanticidio. No para ahí la promoción de su mayor creación ideológica, la muerte. El siguiente paso se veía venir. Era inevitable que siguiesen dándose pasos en ese luminosísimo y revelador pensamiento de izquierda y de progreso. Detrás del infanticidio prenatal, siempre con el santísimo pretexto de la salud y de la “vida digna”, tenía que venir inexorablemente el gerontocidio con idéntico pretexto: la salud y la “vida digna”. Es que, en los tiempos modernos, los ancianos han perdido la dignidad: son unos parásitos que viven a costa de los demás (cf. Christine Lagarde). Y peor aún si son unos plurienfermos: demasiado costosos para la sociedad, proclaman los Sumos Administradores de nuestros dineros. Su muerte es un gran bien para la sociedad: ¡Cómo sanea las cuentas de la Seguridad Social!
Eso es genuino pensamiento de izquierdas, eso es progresismo. Lo dicen aún muy sotto voce, pero no tardarán en quitarse la careta y proclamarlo con la misma gallardía que lo hacen los países más progresistas, promoviendo ya la santidad y la suprema dignidad de la píldora de los 70 años con la misma firmeza y convicción con que promocionan y financian abundosamente el aborto en todas sus formas. Oiga, que sí, que sí, que, si usted es de izquierdas, no puede andar haciéndole ascos a la progresista ideología de la muerte en ninguna de sus formas, sea al principio, sea al final de la vida. Que, en esa Santa Compaña, la muerte se está convirtiendo en el derecho más importante: chorros de legislación y de discurso ideológico en torno a ese supremo derecho humano. En eso andamos, ahí nos hemos enfangado… ¿Y qué me dice del suicidio asistido? Una auténtica genialidad. A los inútiles y onerosos no los matan, los suicidan. Con ayuda institucional, claro está; porque sin esa asistencia bajaría peligrosamente el número de suicidios.
Comprendo que ésta va a ser para usted y para muchos izquierdistas de boquilla, para los que se llenan la boca proclamando su orgullo de ser de izquierdas, comprendo que será una prueba durísima. Aunque por las decenas de miles de esos ancianos -parece que indignos de toda compasión- muertos durante la primera ola del covid (sin olvidar a aquellos 60 que nadie echó en falta ni reclamó) sin que hayan actuado ni tan siquiera las plañideras de oficio, mucho me malicio que finalmente no será ésta una prueba tan dura para la izquierda ideológica: tan sumamente transversal que tiene impregnados a casi todos los partidos, y por desgracia también a los clérigos. Oiga, que pusieron a todo el país a bailar, a aplaudir y a hacer toda clase de chirigotas: sostenido el espectáculo por la totalidad de los medios, mientras la guadaña se cebaba en nuestros viejos. El país con más muertos per cápita, aplaudiendo y bailando y tomándoselo todo a guasa. ¡Menudo ejemplar de país! Dimos la medida de nuestra cultura, de nuestra conciencia y sobre todo de nuestra docilidad ovejuna. Por supuesto que quienes blandían la guadaña se apropiaron de los aplausos… Y vieron lo inmensamente fácil que les resulta a la izquierda y al progreso sin límites, manejar el país. Tiran de los hilos, y las marionetas bailan al compás que les marca su dueño.
Es verdad, con el Jinete de la Muerte galopando desbocado por nuestra modernidad y no dejando crecer ni la hierba allí donde hinca su pezuña, se está poniendo cada vez más difícil ser de izquierdas; y ya no digamos ser predicador y promotor del pensamiento de izquierdas, del último y definitivo pensamiento de progreso. Claro, claro, seguro que se nos coló por ahí el “progresa adecuadamente” … Esa fue también una eximia creación del progreso, traducida hoy en el promocionarse de curso en curso aunque no se sepa nada. Cosa cada vez más común en la carrera política: sobre todo si se cursa en los partidos de progreso. Quizá sea eso lo que explica la inconsistencia de las mentes que albergan tan monstruosas doctrinas que desembocan en conductas ciertamente aberrantes.
En fin, tiene toda la pinta de que institucionalizar esta otra benéfica administración de la muerte será una marcha triunfal. Y que los auténticos ciudadanos de izquierdas, los de verdad, los que no le hacen ascos a la cultura de la muerte, defenderán con entusiasmo también esta puesta en práctica de su nobilísima ideología de izquierdas. Comulgar con el infanticidio prenatal y perinatal como sustitutorio de la mortalidad infantil con que la naturaleza nos tenía puesta la población a raya, ha sido el imprescindible bautismo de fuego para dar el salto a los grandes hitos de esta ideología. Hemos de hacer todo lo posible para que no nos mate la naturaleza: porque lo progresista, lo avanzado es que la muerte la administre el Estado; y por encima de él, los diosecillos de la agenda global. Y no importa que la palanca sea un virus demasiado humano. Los objetivos se van cumpliendo. Y el silencio de los que deberíamos hablar… cada vez más espeso.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
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